OCT178. PESADILLA, de Miguel Angel Molina
Cada mañana se levantaba recordando ese sueño incomprensible que le acompañaba los últimos meses. En él se veía como una persona querida por todos, rodeado de felicidad y paz, en un mundo en el que nadie era más que nadie.
En cuanto ponía los pies en el suelo se vestía con su uniforme, mandaba que le prepararan un café bien cargado y se marchaba a su despacho. Le bastaba con empapar de tinta su pluma y firmar un par de sentencias de muerte para conseguir que esas pesadillas recurrentes, que tanto le atormentaban, desaparecieran al instante de su cabeza.
Miguel, esta personalidad llena de interrogantes quiza no se interroga a si misma. Suerte y saludos
A un dictador lo único que debe parecerle una pesadilla es lo de que «nadie era más que nadie», lo otro, aunque postizo, va inherente a la tiranía.
Un abrazo, tocayo (en dos).
La mismísima personalización del mal, sin duda. Buen enfoque al tema.
Un abrazo.