OCT34. CIERZO, de María Jesús Pueyo (Patricia Richmond)
He bajado la última caja al coche y ya puedo marcharme. Pero antes tengo que enterrar a Cierzo.
Era un perro precioso, un San Bernardo grande y medio ciego a causa de sus años. Vivíamos juntos desde que era un cachorro y era mi mejor amigo y compañero.
Todo empezó el mismo día de nuestra mudanza. Él estaba nervioso, olisqueando cada baldosa y tomando posesión, a su manera, del piso. De repente empezó a aullar y se me pegó a las piernas temblando. Jamás había hecho algo así y busqué la causa de su miedo. Desde la puerta abierta del piso nos miraba desafiante un hombre repulsivo que se fue gateando al piso de enfrente cuando se vio descubierto.
Pregunté por él a otros vecinos y me advirtieron sobre su locura. Cierzo ladraba muy nervioso cuando sentía su presencia en el rellano y yo le reñía porque no tenía nada que temer.
Una noche me despertaron sus aullidos, comprendí que estaba llorando y me levanté. Abrí la puerta del dormitorio, encendí la luz y el horror me paralizó. Cierzo yacía sobre un charco de sangre que manaba de su garganta abierta mientras aquel individuo nauseabundo la lamía ávidamente.
¿Por qué no le haremos caso al instinto animal? Pobre perro y qué terror de imagen final. Un saludo.
Inevitablemente me viene a la cabeza Harry Potter y el innombrable Voldemor!!
Antes tenías que haber hecho las maletas.
Un abrazo.
buf, escalofrío, me llevaste al mundo del hombre lobo y sus imparables apetitos.
Un abrazo y suerte
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Gracias por compartir vuestros escalofríos… Así es la vida, injusta y execrable.
Terrible muerte la del perro, ya presentida con toda probabilidad por él.
El animal aquí sería el hombre, está claro.
Abrazos.