OCT71. INVERSIÓN, de Diego Araujo Gutiérrez
Ya conocía su rostro. Lo había visto antes, fugazmente, alguna mañana, detrás suya en el espejo. También lo había visto reflejado en el agua, bajo un viejo puente. Y en la despedida de algún ser querido. Tenía una expresión inexpresiva, pero de algún modo extraño parecía surgir un rayo de compasión de su indiferencia.
Como cualquier otra noche, contemplaba la ciudad en candilejas. No la esperaba, pero no le extrañó su visita. Encendió un cigarro y le ofreció otro a ella esbozando una irónica sonrisa. Lo apuró despacio, a pleno pulmón. El humo jugó con el aire, el frío, el tiempo y la memoria. Lo despertó del trance un gesto de ella y entendió que debía seguirla. Ambos caminaron hacia la puerta; él detrás, guardando una ligera distancia. Se detuvieron dos pasos antes de alcanzarla. Entonces, tras un breve silencio, la puerta se abrió y exhaló una brisa cálida, casi acogedora. Del otro lado de la sombra surgió la figura de alguien a quien amó tanto y no pudo olvidar. Después sólo recuerda que notó unas manos hundiéndose en sus mejillas húmedas, mientras una voz serena le decía: «Vive«.
Me gustó el aire de misterio suave con el que escribes
Me gustó el aire de misterio suave con el que escribes
Bonito la muerte como introductora en el mundo donde nos esperan los seres queridos, una humanización de la muerte si puede decirse .
Abrazos y suerte
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