OCT73. LA BÚSQUEDA, de José Vicente Aracil Lillo
Volvió para el entierro. Aunque entre su madre y él siempre hubo diferencias a su manera la quiso más que a nadie. Hacía años que no se veían y ahora lo lamentaba sin remedio. Le dio la noticia su hermana, por teléfono, con la voz entrecortada por el llanto. Mamá ha muerto, dijo. En realidad ha sido un homicidio, añadió. Luego ya no pudo seguir. Aquellas últimas palabras acabaron por transformar su dolor en rabia. Se prometió vengarla; dar con el asesino y acabar con él. En el tanatorio empezaron las pesquisas. Primero habló con don Gregorio, el médico, viejo amigo de la familia. Después con las vecinas y amigas que habían acudido al velorio, y con varios miembros de su familia, algunas de cuyas caras le costó recordar. A través de las conversaciones, y de los silencios, fue atando cabos. Se sentó solo en un rincón. Ahora las vecinas cuchicheaban. Cuando llegó su hermana, con su trágico vestido negro y su actitud esquiva, sintió que se ahogaba; el nudo de la corbata no le dejaba respirar. Se metió en el baño, se echó agua en la cara, se miró en el espejo, y comprendió que había capturado al asesino.
Desde el comienzo el quiere capturarse a sí mismo. La mala conciencia le hace olvidar las muertes que causa.
Buen micro abrazos y suerte.
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Cuando alguien muere, especialmente los padres, casi siempre nos queda algo por hacer, casi siempre nos queda la culpa. Gracias por tu comentario.
No te había visto llegar.
Me gusta mucho tu forma de narrar. Es de una claridad y una limpieza que envidio desde siempre. En esta ocasión, de todas formas, me falta algún dato o detalle, alguna pista añadida en el final del relato. Y volveré a leer tu respuesta, Pepe.
Un abrazo muy grande.
Gracias por tus palabras. Para mi no le fata nada, quizás espacio, los micros ya me quedan como una camisa de hace años, con el tiempo te aprieta por todas partes.