37. OH LÀ LÀ
Pronto estaremos paseando juntos por una de esas avenidas iluminadas. Te gustará tanto como a mí, ya lo verás. En la puerta de la agencia de viajes, hay colgado un cartel de París de noche. Deja su maleta en el suelo. Su amigo, que se ha sentado cerca, observa fijamente cómo acerca un dedo y repasa el contorno de la Torre Eiffel, al tiempo que va susurrando: “Oh là là, oh là là”. Te va a volver loco el “pain au chocolat”, dice sin mirar a esos ojos que esperan. Suspira. Luego, se agacha, recoge todas sus pertenencias y echa a andar en busca de un cajero. Napoleón se levanta, menea el rabo y lo sigue pegadito a su abrigo.
Dicen que el dinero no hace la felicidad pero contribuye mucho a acercarse a ella. Quien tiene posibles y se puede permitir un viaje a la Ciudad de la Luz no imagina que el vagabundo que duerme por las noches en un cajero, con una vieja maleta, un abrigo raído y un perro fiel, aunque quizá con pulgas, también puede tener aspiraciones distintas a las de sobrevivir día a día. Los límites que impone la vida más sórdida pueden romperse con una fértil imaginación, capaz de transportar a cualquiera a cualquier destino. Este relato lo demuestra.
Una historia original, posible y bien contada.
Un saludo y suerte, Miguelángel
Gracias por tu análisis, Ángel. Siempre tan certero, aunque en esta ocasión creo que el señor más que imaginación al señor le queda la esperanza de que un día todo cambie. La imaginación de lleva de viaje, la fe te compra los billetes.
Un abrazo.
Qué delicia de relato (más que el pain au chocolat), me ha dejado un pellizquito en el corazón. Mucha suerte, Miguelángel.
De verdad? Es un poco lo que intento transmitir, que es justo lo que a mí me pasa cuando lo releo, que es como si el pain au chocolat me diera ardores…
Gracias por comentar, Belén. Un abrazo.
Siempre está bien tener ilusiones sean Paris, pain au chocolat o… dinero; y amigos, amigos tan fieles como tu prota.
No digo que no sea una delicia, es que ese pellizco en el corazón del que habla Belén duelo un poco, es un poco triste, al menos para mí.
Suerte!
Para ti y para todo el mundo, Luisa. Y al que no se lo parezca o es muy insensible o no lo ha entendido, que entonces el que ha carecido de sensibilidad he sido yo al escribirlo.
Un abrazo, compañera.
Oh là là… la casualidad hizo que al abrirse la página mis ojos se posasen en «Napoleón se levanta, menea el rabo»… una vez aclarado el asunto del rabo de Napoleón y bromas aparte, me gusta mucho tu texto, pero al igual que les pasa a Luisa y Ángel creo que es un relato en el que no queda mucho espacio para la esperanza. No se nota amargura, pero sí cierta resignación (cuando dices que «suspira», creo que ahí es donde yo, como lectora, tengo la casi certeza de que este hombre nunca podrá volver a Paris). Sin embargo, el hombre tiene un amigo y sus recuerdos… ¡Suerte, Miguel Ángel!
Jajajaja. Una vez reído el asunto del rabo…, Venay, te doy la razón o casi. Yo creo que no se resigna, él sigue confiando en que ese tiempo volverá. Uno puede morirse soñando con pisar un día la luna, pero esa ilusión la habrá vivido para él solito. En este caso, además, lo comparte con Napoleón; al que, la verdad, le trae sin cuidado París.
Un abrazo. Y gracias por comentar.
Perdón, me comí una R en tu nombre. Aquí está: r
Nos dejas un sencillo, en su forma, pero sensible texto que me transmite un ligero poso de melancolía, aunque parezca que los protagonistas están resignados ante su suerte. Además, si es que realmente el amigo de Napoleón ha disfrutado alguna vez del pan con chocolate deambulando por las calles de París, eso es algo que ni la pobreza ni el posible desprecio de los demás, podrán quitarle. Enhorabuena, Miguelángel. Saludos y suerte.
Sí, es cierto, tiene un poso de melancolía. O nostalgia, más bien. Yo también estoy convencido de que si estuvo en París y comió pain au chocolat. Que fue otra época. La vida da muchas vueltas. Y no es bueno pensar que ha dejado de darlas justo cuando estamos abajo. No.
Gracias, Jesús.
A veces la imaginaron es más valiosa que el dinero y la ilusión tu mejor aliado.
Y por cierto..tenía yo un gato que se llamaba Napoleón aunque presiento que aquí el amigo es un perro.
Es muy bonita tu historia y creo que no es lejana a algunas realidades. Feliz tarde de julio acalorado.
Con el dinero puedes llegar casi a cualquier parte, con el imaginación a todas. Eso es así. Y sí, por desgracia es muy común ver a gente imaginando porque no tiene otra cosa.
Un abrazo, Mercedes.
PD. Qué gracia, el gato Napoleón!!
La imaginación quería decir. Perdón.
Miguelángel, tierna historia, bien escrita, del amo encariñado con su perro al que desea ofrecer lo mismo que le hace disfrutar a él. suerte y saludos
No es nada fácil escribir así, Miguelángel, con esa precisión en las pinceladas: un detalle aquí, otro allá. Como ese «pain au chocolat», o ese dedo repasando el perfil de la torre Eiffel, hasta conseguir un cuadro que emociona. Suerte, maestro. Y un abrazo.
Compañeros de viaje a disfrutar. Suerte MiguelÁngel.
Besicos muchos.