65. Ojo de lagarto
El sol, persistente, sacaba brillos esmeraldas a la piel del Gran Lagarto. Recostado sobre una roca, con el cuerpo inmóvil, uno de sus ojos giraba. La enfocaba durante un instante y en los siguientes la olvidaba.
Ella, sentada enfrente, las manos sobre la falda, seguía el movimiento de aquella pupila y la órbita que describía.
El momento en el que la mirada de él se encontraba con la suya la vida se teñía de paraíso, toda la felicidad imaginable concentrada en el pecho.
Placer pasajero, enseguida comenzaba el temor a espantarlo. Su tremendo anhelo, piedra fatal, lo ahuyentaría.
Se iniciaba en ella una contención que se desbordaba. No pasa nada, tranquila. Sí que pasaba.
Su cuerpo rígido expresaba la tensión que quería ocultar. Su ansia al descubierto.
Un parpadeo del lagarto complicaba aún más la situación. Ya está, se iría, se apartaría de ella. Adiós órbita, adiós caricia. Agonía.
Lo prioritario era huir, evitar el desastre ya en curso. Quizás no todo estuviera perdido. Quizás la próxima vez… Ahora, ponerse en pie, apresurarse, correr. Desaparecer.
Inquietante relato en el que la quietud es un personaje más. Nada pasa y pasa todo!! Ese ojo móvil es un acicate esperanzador. Final feliz? Ojalá Enhorabuena María y muy bien venida!!
Parece una fobia al revés: en vez del temor a los reptiles, la obsesión por perder la caricia de su mirada. Original planteamiento.