72. One meat ball
Percibes que los parroquianos no dejan de mirarte en tu lento caminar hasta el taburete libre, al final de la barra. Te sientas, palpas el bolsillo y extraes de él lo reunido a lo largo de la mañana. Tan solo quince centavos en la palma de la mano.
Distingues las risitas que tu traje de mimo y tu cara pintada suscitan mientras buscas en la carta algo que tomar con esos quince centavos. Le pides al camarero lo único que puedes permitirte.
Te sirve, al poco, una albóndiga en un minúsculo plato de postre. Comprendes que también está de guasa cuando deja, junto al plato, un tenedor y un cuchillo. Le preguntas si podría ponerte una rebanada de pan y te responde, con una sonrisa torcida, que tus quince centavos no dan para más. Clavas los ojos en la albóndiga, notas cómo se te humedecen, y vuelves a oír las bromas de los clientes. Son las mismas personas que, hace nada, pasaron por tu lado en la calle y te ignoraron.
¡Corten!, vocifera el director, satisfecho con la toma. Y tú, todavía con la mirada fija en la albóndiga, te arremangas, con parsimonia, buscas el cuchillo a tientas y obedeces.
David, muestras la situacion de este hombre fenomenalmente, suerte y saludos
El final me ha dejado muerta, por el impacto y porque no sé si lo he pillado.
Impresionante final, me ha gustado mucho, Suerte.
Besicos muchos.
Las dos últimas líneas provocan todo tipo de reacciones. En primer lugar, alivio, al ver que todo era una ficción, para después propinar un hachazo terrible y ver que esa orden de cine es literal y la situación del payaso más real que nunca.
Un relato de calidad, que golpea, da un respiro y deja en la lona al lector, además de original como él solo.
Un abrazo, David. Suerte