64. Paola la portuguesa (Nuria Rodríguez)
Cuando Paola llegó al pueblo, arrasó con todo. Las mujeres la rechazaron de inmediato por su aspecto desvergonzado y sucio que denotaban su peludas axilas. En realidad, era la envidia la que hablaba por ellas a través de sus viperinas lenguas ya que no podían soportar la forma descarada y lasciva con la que sus maridos miraban embobados el baile de sus sensuales caderas al pasar frente a ellos.
Para mi desgracia, yo fui uno de sus elegidos.
Me amó, si, pero de una forma egoísta solo comparable a la de un gato.
Su indiferencia y ausencias me mataban lentamente.
Cuando se enroscaba entre mis piernas y me miraba con sus preciosos ojos verdes, la poseía salvajemente hasta satisfacer su celo. Esa noche dormía como un bebé a pesar de saber que al despertar ya no estaría a mi lado lo que haría que yo me rompiese un poco más.
En los momentos más bajos, barajaba la posibilidad de acabar con ella, de acabar con todo, pero solo era un farol para engañar a mi mente, ya que siempre fui consciente de que, al contrario que el gato, Paola solo poseía una vida.
Hay personas así, que parecen entregarse con todo el alma y lo que no es el alma, pero en realidad solo se trata de un intercambio temporal, una especie de pacto entre adultos, en el que los sentimientos, al menos para ella, no parecen tener cabida. La comparación entre esta actitud y el proceder de un gato viene muy a colación, porque ellos son así: simpáticos, atractivos, cariñosos incluso si se da el caso, pero en el fondo distantes, van a lo suyo. Cuando en una pareja una de las partes pone todo de su parte, sin sentirse correspondido de la misma forma, es lógico que sienta una amalgama de sensaciones, cada vez menos placenteras y más dolorosas, con un desgaste progresivo e inevitable. Atracción y rechazo no caben dentro de un corazón enamorado. Al menos, tu personaje masculino es civilizado y no opta por la peor de la posibilidades: terminar con quien ama porque ella no se entrega incondicionalmente, siguiendo aquel irracional y aberrante: «La maté porque era mía».
Un relato muy bien construido y creíble.
Un abrazo y suerte, Nuria
Mucha gracias Ángel por leerme y comentar, siempre tan amable. Abrazos fuertes.