69. Paradojas, oficios y un par de cuernos mal llevados
De repente esta noche ha cambiado por completo la armonía.
El clong melódico del chuzo contra las aceras pautado cada diez segundos, cada cuatro pasos, para conducir a buen puerto el sueño fugaz de los vecinos, para tranquilizar los escarceos de los amantes, para azuzar la sombra sigilosa de los gatos.
El tintineo acompasado de las llaves como esquilas que llaman al rebaño y enumeran cada oveja hasta llevar a los insomnes a orillas del letargo; como el salmo de los monjes que reclaman el silencio monacal después de las completas; como el aliento sincopado del orgasmo, que se queda enredado en el tul de las cortinas.
De repente la balada que dibuja en el cielo las estrellas se transforma en el Rock you like a hurricane de los Scorpions, el llavero en campanas que tocan a rebato, la madera que acaricia el pavimento en un arma sublevada contra un cuerpo: un quebrar de carnes, un crujir de huesos, un lamento que penetra en los oídos dormidos de las casas, que despierta a la ciudad.
Cien pares de ojos preguntándose desde sus ventanas por qué ha llegado a golpear así a un hombre, otro al que siempre conocieron por sereno.
Esos serenos que, no hace tantos años, velaban el sueño de los vecinos, la llegada de los trasnochadores, aportaban un sosiego colectivo, una sensación de tranquilidad. Sin embargo, como cualquiera, no dejaban de ser hombres con sus debilidades, susceptibles también de perder la serenidad de la que hacían gala su nombre y su oficio, lo que no deja de ser una gran paradoja, como bien reza el título, que también explica el motivo del enfado, aunque hábilmente las piezas no encajan hasta el final.
Unas descripciones que se disfrutan para una historia bien llevada, con un final que asombra, por inesperado, sobre todo para esos cien pares de ojos, correspondientes a los ciudadanos de la ciudad, que vieron en su protector al más insospechado de los agresores.
Un abrazo y suerte, Juancho
Muchas gracias, Ángel, por esa minuciosidad de relojero con la que te enfrentas a todos los relatos, por ese bisturí certero que incide en cada frase hasta dejar al descubierto su esencia verdadera.
Un fuerte abrazo!
Tras el comentario de Ángel, poco que añadir. Me gusta este sereno perdiendo la serenidad que sorprende a todo el barrio. Buena propuesta, Juancho. Un abrazo y suerte.
Cuando era muy niño, en los veranos, recuerdo dormirme escuchando el eco del palo del sereno y el ladrido de los perros. Escucharlos significaba que todo estaba bien, y el sueño entraba a hurtadillas hasta la mañana siguiente.
Muchas gracias, Pablo, por la lectura y por tu comentario!
Un abrazo fuerte!