05. PARANGÓN
Me voy a comprar un parangón amigo Sancho. Había oído decir que yo estaba tan loco que no tenía parangón. Me dolió. Mi ego se sintió herido. Yo no podía soportar haber llegado a estas alturas de mi vida y que alguien, con cierto predicamento en libros de caballería, se refiera a mi ingenio en esos términos. De ninguna manera.
Yo quiero tener parangón. Me lo pondré bajo la bacía a la altura de la ceja izquierda ¿Dónde puedo adquirirlo? pregunté en la reunión vecinal de la corrala y Doña Aldonza me susurró “Bastante cerca de aquí; en el zoco lo venden y te lo colocan a la altura de la ceja; lo hace un barbero que presume de habérselo puesto al mismísimo Amadís de Gaula y en su último viaje a las Galias, al hipocrático Fierabrás”
Así lo hice, y en adelante nadie se atrevió a decir que yo no tenía parangón. También me sirvió para darme cuenta de que Doña Aldonza sabía que yo estaba enamorado de ella… sin parangón.
Ayer nos cruzamos a la salida de misa de doce. Nuestras miradas y sonrisas se abrazaron en silencio. Su sonrisa… sin parangón. Mi mirada… con parangón….
Ay, Miguel ángel, te ha quedado tan ingenioso como el hidalgo. Y con final feliz, además.
Un abrazo y suerte.
Entre los muchos méritos de Don Quijote está, precisamente, el de ser único, sin parangón, solo que él lo interpreta de otra manera, ya sabemos cómo es, pero se le quiere, precisamente por eso.
Un relato muy simpático, fiel a la filosofía y procesos mentales del personaje.
Un saludo y suerte, Miguel Ángel
Muchas gracias Rosalía y Angel por vuestras palabras.
Vuestros comentarios me animan a seguir escribiendo.
Abrazos
Me encanta ese “parangón” y como lo has desarrollado. Qué gracia, nunca pensé que esa palabra pudiera dar para tanto.
Un punto!
Muchas gracias, Rosa por tu comentario. Cuando mezclas surrealismo con ignorancia te salen unos textos maravillosos.
Besos