45. Parar el tiempo
Nadie recuerda la última vez que sonaron las campanillas del reloj de pared. Alto, esbelto, señorial, con su madera barnizada y sus filigranas en oro preside el salón de la casona desde tiempos inmemoriales. Junto a él se hicieron algunas de las primeras fotos que se conservan en la familia. Los bisabuelos. Serios, de negro, el día de la boda. Y, después, la prole de nueve hijos que fueron creciendo. Todos menos el Jose. La abuela, ya de luto, se sentaba en la mecedora y rezaba el rosario al ritmo de los cuartos que iba marcando el reloj, el único que no ha cambiado. Solo tiene una muesca en un lateral que le hizo el Nano con una peonza pero, si no lo sabes, no se nota.
Mis hermanos ya han echado cuentas de lo que nos darían por la casa y se han repartido algunos enseres. Papá ha empezado a perder la memoria y mamá no podrá cuidarlo aquí mucho más tiempo. Esa es su excusa. No saben que yo tengo poderes. He parado el reloj. Papá solo olvidará que quieren llevarle a una residencia y mamá seguirá preparando café con pastas a las cinco de la tarde.
Has creado un relato con dos superhéroes indudables, criar a nueve hijos, superar la muerte de uno de ellos, unida a mil avatares más, tiene el mérito de aquellos tocados por unos poderes que no parecen humanos. Como ha escrito Jesus Alfonso Redondo Lavín, el ADN es un superpoder que se transmite, ahí está ese biznieto que pretende lo imposible, detener el tiempo para que ese gran hombre no tenga un final que parece inevitable, con un reloj como elemento central.
Entrañable y muy bien llevado, Mar, dese el título. Me ha gustado mucho.
Un abrazo y suerte
Bonien su tristeza, Mar. Ojalá se pudiera parar el tiempo… o hacerlo correr.
Un beso