Parar, para arrancar de nuevo. (La Marca Amarilla)
Nunca cruces un semáforo en ámbar, a no ser que quieras que ocurra una desgracia, para los demás.
Por suerte pisé el freno, justo cuando empezaba a llorar.
Un joven se puso a hacer malabares delante de los coches, justo cuando empezaba a llover.
Y la luna del coche se cubrió de agua y se activó el limpiaparabrisas automáticamente; el joven seguía allí, con su sonrisa y sus malabares, empapado.
Pensé en que las personas no tenemos un limpialágrimas automático que se active ante el llanto; no, llorar no es malo, pero que te humille alguien que te importa, sí.
El disco se puso verde y no lo vi, a pesar del limpiaparabrisas automático. Allí me quedé, menospreciada en punto muerto, sin escuchar los cláxones que también me insultaban.
Hasta que el joven se acercó.
“Hola ¿Te pasa algo?”
Sólo balbuceé.
“Aparca, te invito a un café”.
Nunca cruces un semáforo en ámbar, puede ser dichoso, para ti.