79. PASADO IMPERFECTO
«Ya sabes dónde estoy para lo que necesites», me dijeron las vecinas en el cementerio. Pero, a la hora de la verdad, ninguna se ha dignado a aparecer por tu casa para echarme una mano. Las imagino tras los visillos, escudriñando mis idas y venidas al contenedor con las bolsas llenas de cachivaches inservibles, santiguándose escandalizadas cuando me ven salir con la colección de crucifijos que tenías diseminada por todas las habitaciones. Pensarías que te podrían proteger de la fiera que te estaba devorando las entrañas poco a poco.
He dejado para el final tu butaca preferida, esa en la que te acomodabas por las tardes al calor de la chimenea. Siempre tuvo una pata más corta que las otras y, cuando te sentabas, se inclinaba hacia delante, como queriendo catapultarte para salvar la vida de alguien. Esa anomalía me hacía reír de niña, me exasperaba en mi juventud y, ahora que tú ya no puedes usarla, me atrae por su imperfección.
Cargo con ella y la coloco en el maletero del coche. Al arrancar, aún dudo un instante entre llevarla al punto limpio o buscarle un lugar preferente en mi apartamento minimalista y mi futuro perfecto. Solo un instante.
Vaya micro potente que has escrito al final de la convocatoria. Me gusta el ritmo y la historia que cuentas, así como la imagen de las vecinas y de la casa repleta de crucifijos. Potente y sugerente final. Mucha suerte
Hay objetos que son retazos de recuerdos hechos materia. Algunos guardan la esencia de aquellos a quienes sirvieron y se convierten en un anclaje del alma que ha marchado. Otros, sin embargo, sólo son inservibles, asépticos o, como en el caso de esos crucifijos, restos de una tramposa esperanza.
Has construido un relato bonito e intenso, Asun. Lo he disfrutado mucho.
Enhorabuena.
Un abrazo.
Más de una vez pienso qué será de mis álbumes de fotos, libros, cómics, y hasta relatos. Imagino que algo sobrevivirá un tiempo, pasará a ser parte del presente de otra persona, que ayudará con él a mantener el recuerdo, pero nada es para siempre, aunque nos cueste admitirlo. Tenerlo presente nos ayudaría en muchas situaciones cotidianas.
Un relato muy humano, rico en matices, en una hermosa amalgama de pasado y presente, con un final que hace pensar, al dejar en el aire, de forma elegante, si tu protagonista se quedará o no con esa butaca. Un abrazo y suerte, Asun
¡Que se lo quede, porfa! Esa butaca no pega nada en un apartamento minimalista pero tenerlo durante un tiempo, mientras pasa el duelo, puede ser la despedida perfecta.
Yo lo haría, pero creo que tengo un punto Diógenes, la verdad…
Un abrazo y suerte.