14. Pasión sin compasión (Francisco Javier Igarreta)
Sor Benita vive en un continuo sinvivir. Su calvario comenzó durante la oración vespertina, a causa de un incidente protagonizado por Sor Diluvina. Cuando se dirigía a su asiento sufrió un lapsus en su levitante caminar y tropezó con un reclinatorio. Sus ágiles reflejos, y según ella su Ángel de la guarda, impidieron que besara el pétreo suelo de la capilla. En todo caso, sería injusto minusvalorar su prodigiosa pirueta.
Sor Benita, atenta en aquel momento al místico recogimiento de su hermana del alma, tuvo sensaciones contradictorias. Tras su inicial sobresalto, lejos de reaccionar con un ferviente sentimiento de empatía, tuvo que reprimir un furtivo conato de risa. ¿Cómo pudo sucumbir a un impulso tan poco edificante, si bebe los vientos por Sor Diluvina y su corazón se acelera cada vez que la ve transitar radiante de espiritualidad?
Con la inestimable ayuda del padre Mario, su confesor y reconocido experto en el alma monjil, Sor Benita escarba en su conciencia hasta encontrar briznas de resentimiento, sutilmente enmascaradas entre flores de santa envidia. Buscando un anclaje para su arrepentimiento dirige sus ojos llorosos hacia el altar cuajado de lamparitas temblorosas, donde vive un Cristo agonizante desde el siglo XVI.
La risa ante un tropezón es algo inevitable, casi mecánico, como cerrar los ojos ante algo que se les acerca rápido. En el caso de tu protagonista, tras ese gesto involuntario, ha salido a la luz una realidad con supuesta admiración: la envidia, uno de los pecados capitales, que de divino no tiene nada, por mucho que esta religiosa aspire a ello. Por otro lado, el confesor fue un hábil psicólogo, hurgando donde debía para extraer la verdad.
Divertida historia, bien construida, con denuncia de la hipocresía y las apariencias.
Un abrazo y suerte, Francisco Javier
Muchas gracias Ángel por tu atinado comentario. Hasta bajo los hábitos y los muros conventuales anidan los pecados capitales, por otro lado tan humanos. Un abrazo.
Si es que la envidia es muy mala, enturbia hasta a las almas más puras… Y los celos también, que me parece que en el corazón de sor Benita habitan muchas emociones entrelazadas…
Un abrazo y suerte.
Muchas gracias por tu comentario, Rosalía. La vida contemplativa y los amplios claustros dan para mucho. Un abrazo.
Me encanta, has conseguido revestir un relato satírico con un lenguaje beatifico típico de los entornos religiosos y monjiles. Me parece todo un acierto.
Muchas gracias,Rosa. Me alegro de que te guste el tono del relato y te agradezco el comentario. Un abrazo.