65. Pecado original
Eva no tenía que hacer malabarismos con un exiguo sueldo para llegar a fin de mes ¡Vivía en el paraíso! Tenía todo lo que necesitaba al alcance de la mano, sin soltar un céntimo. Sólo había una insignificante condición para seguir disfrutando de aquella apacible vida: no comer del árbol prohibido.
Todo marchaba sobre ruedas hasta aquella fatídica mañana, cuya fecha prefiere olvidar. Caminaba despacio y con los ojos cerrados. Le gustaba inhalar los distintos aromas afrutados y jugar a adivinarlos. A veces fallaba, pero de haber practicado más, habría llegado a ser una estupenda perfumista. Cuando abrió los ojos se encontró con la tentación personificada en apetitosa manzana. La fruta, de un rojo intenso, parecía insinuársele en apetecible manjar. Alterada desvió con rapidez la mirada y los pasos en otra dirección. Buscó la compañía de Adán para espantar la persistente e inquietante imagen rojo bermellón.
Dio un rodeo tremendo para no pasar junto al temido árbol. Esa noche soñó que mordía la apetitosa manzana. Hincaba, con reparo, sus caninos superiores y saboreaba. Su boca, impregnada de una textura suave, dulce y fresca, reclamaba más. Cuando despierta jugo de ambrosía resbala por la comisura de sus labios.