105. PEPE SIRENITA
Se mostraba taciturno, antipático, había engordado mucho. Se pasaba el día en casa, nunca salía porque le avergonzaba su físico. Comía fatal y bebía alcohol a diario. Se apuntó a un gimnasio que no tardó en dejar porque sudaba como un cerdo, afirmaba, y se agobiaba allí dentro.
Una tarde, su móvil en su mesilla y su hueco en el sofá activaron entre nosotros, sus amigos y compañeros de piso, la señal de alarma. Nos reprochamos mutuamente ignorar la causa de la desastrosa transformación de Pepe. Entonces recordamos que había mencionado una playa solitaria no demasiado lejana como “la solución definitiva” y nos temimos lo peor. Cogimos el coche y fuimos en su busca bastante atemorizados. ¿Qué había sido de aquel chico alegre que siempre encontraba una solución práctica a sus problemas?, comentábamos, ¿no quedaba ya nada de él?, ¿cuándo le habíamos perdido?
Al llegar a la orilla, encontramos una bicicleta plantada en la arena y Pepe, en cueros, ejercía de sirenita a la luz de la luna.
—¡Hola chicos, menuda sorpresa! ¿habéis visto mi bici nueva? Pienso venir cada día hasta aquí pedaleando, así hago deporte y luego me premio con un bañito refrescante. ¿A que mola?
Pues sí, Pilar, mola. El cuento, sobre todo.
Me alegra verte por aquí.