54. ¿Por qué no te callas?
El silencio es algo que llevamos muy a rajatabla en nuestra ciudad. Usted, por ejemplo, es bienvenido, faltaría más, pero le rogamos —le exigimos sutilmente, dejémoslo ahí— que mida muy bien sus palabras: el ancho, el largo, el fondo y el peso, a ser posible por ese orden, si es tan amable. A ver cómo se lo explico… Veamos: si puede usted pronunciar una frase con seis palabras ¿Qué necesidad tiene utilizar siete? “Menos es más”, es nuestro lema. El problema del exceso de palabras es que cuando llegan los forasteros y luego se largan nos dejan las calles llenas de adjetivos, gerundios, haches intercaladas o palabras terminadas en “mente”, que luego nos cuesta dios y ayuda frotando y frotando para desincrustarlas de las aceras ¿Sabe usted lo que cuesta quitar, pongamos por caso, una esdrújula adherida a una fachada? Pues así se nos va buena parte del presupuesto de limpieza cada año, y no están las cosas como para ir derrochando el dinero ¿Alguna pregunta, caballero?
Cualquiera se atreve a preguntar nada, solo decir que con ese título parecía que la historia iba a discurrir por caminos más reales (podríamos decirlo así), pero es igual de apropiado para este relato tan ingenioso y de fino humor surrealista.
Un abrazo, José Manuel.
Sí, pensaba llevar el tema por el camino emérito, pero en mitad de camino me aburrí ¡Es tan cansino ese asunto! brazo, Ángel¡¡
Tenía que ser tuyo.
Muy bueno.
Un abrazo.
Mil gracias, Yolanda¡¡
Ingenioso, original y con mucho sentido del humor. Me he imaginado perfectamente (ups, perdón por el adverbio) al pobre que tenía que desprender una esdrújula de un muro. Suerte y un abrazo.
Gracias, Ana. (Y nada, hay que reivindicar los adverbios acabados en «mente», aunque solo sea por llevar la contraria¡)
Muy bueno, caballero.
Abrazos
Muchas gracias, estimadísima dama¡¡