111. Primer mundo
Siempre que llueve, el recién llegado sale a la calle. Antes de que el cielo desparrame el chaparrón, suele acercarse a la ventana y goza viendo cómo unas nubes se arriman a otras, haciéndose una enorme y gris. Es entonces cuando toma su paraguas y abandona su techo durante un buen rato. Lo primero que hace es mirar al cielo y dejar que el agua golpee sus pómulos oscuros, como si fueran lágrimas desorientadas que poco a poco van calando su ropa. Y cuando siente que todo su cuerpo resbala y sus músculos están deseosos, abre el paraguas, lo pone del revés y permanece inmóvil mientras se va llenando y las raquíticas varillas tiemblan. Una vez que el agua rebosa las puntas, lo vacía en el árbol que tiene más cerca. Luego, vuelve a su casa, coge un puñado de paraguas envueltos en plástico y se resguarda, sonriente, bajo cualquier voladizo.
Adrián, curioso, y acertado, punto de vista sobre esta población sin apenas recursos. Suerte y saludos
Muchas gracias por pasarte por aquí, Calamanda. Un abrazo.
Efectivamente, Ana. Tal cual lo has interpretado. Muchas gracias por molestarte en comentar, un beso.
Me ha costado alguna lectura pero una vez que te haces con la historia resulta muy bonito. Mucha suerte. 🙂
Gracias Juan Antonio. Un abrazo.
Yo lo veo demasiado confuso. Me ha llamado la atención y me he pasado a ver si los comentarios daban luz a mi mente. He visto que cuentas algo que solo intuía, que no veía. La idea no está mal, pero creo que está demasiado tapada.
Saludísimos.
Gracias Barlon. Un abrazo