Prioridades
¡No! ¡No! ¡No podía ser! Le mataría. No se lo perdonaría, se divorciaba y después lo mataba. Se lo advirtió mil veces: No te lleves el anillo que te queda un poco grande y lo vas a perder.
Volcó la bolsa de playa y comprobó el fondo. Nada. Miró en la toalla, en las zapatillas, en la camiseta, incluso dentro del bañador.
Entonces, como un fogonazo salvador una idea invadió su cabeza, claro, cómo no lo había pensado antes, seguro que estaba entre la arena que utilizó para construir el castillo.
Como una retroexcavadora demente se lanzó sobre la fortaleza removiendo la arena con las dos manos. Ahondó hasta que por fin sus dedos tocaron algo metálico, pero no era posible, era demasiado grande. Aún así, tiro y se encontró con una especie de candil oxidado. Por un orificio se escapó un humo azul y denso. Al poco, una gigantesca figura se postraba ante él.
-Soy el genio de la lámpara. He estado cinco mil años aprisionado. Tú me has liberado, por ello te concedo tres deseos.
Miró asombrado y lanzó la lampara lo más lejos que pudo.
-Para genios estoy ahora, como no encuentre el anillo me mata.