75. Promesas de juventud
Mientras ajusto el objetivo recuerdo aquellos largos paseos de verano junto a los campos de girasoles, y los infinitos tonos de amarillo que alcanzamos a memorizar.
Éramos jóvenes, y ni el sopor de la canícula conseguía adormecer nuestras ansias de vivir hasta el último segundo de nuestras vidas.
Aun sin quererlo, el tiempo fue pasando, y la vida fue haciéndonos un hueco a cada uno de nosotros.
Andrés y Juan emigraron a Francia. Allí había más trabajo, y un trato menos inmisericorde con los de su condición.
Bea se quedó en el pueblo, cuidando de su madre, como todos sospechamos. Y mi querida Elena fue subiendo escalones con el éxito que da la unión del talento y la constancia, algo que ya habíamos vaticinado en aquellos largos corrillos de las noches de agosto en la plaza.
Lo que nunca habría adivinado es que el mismo día en que mi amor platónico daba su primer discurso presidencial, yo estaría en la azotea del edificio de en frente, con el dedo puesto en el gatillo.
Cada uno, a su manera, prometimos hacer historia.
Final inesperado.
Sonrisas mil
Manuela
Gracias, Manuela.
La vida da tantas vueltas que cualquier giro es siempre posible.
Un saludo.
Un buen final, me ha sorprendido y bien. Un beso.