39. Propio de sintientes
El abogado, un perro viejo, se pasó la noche trabajando, como un ratón de biblioteca, en la defensa de su cliente, un cachorro ladrador.
A pesar de preparar un alegato bestial, y sentirse satisfecho como un oso después de la hibernación, intuía un juicio complicado. Su colega, el topo de la administración, le sopló que el fiscal era un lince al que no le daban gato por liebre, que presidía la sala una víbora y que en el jurado popular se habían colado borregos partidarios de un antropocentrismo extremo.
Apestaba a confabulación.
Antes de empezar, el perro viejo aconsejó al ladrador que mantuviese el pico cerrado mientras él exponía los hechos como una cacatúa.
—No llores —añadió—, pensarán que son lágrimas de cocodrilo. Pon cara de tristón para que no te vean como el lobo del relato. Pero sin exagerar o parecerás un ganso. O un mono de feria. Recuerda: «no eres responsable del atropello de tu cuidador, quería abandonarte en la mediana de la autopista».
El perro viejo estaba seguro, lo había investigado; si bien le pareció inhumano, observó que muchas personas solían hacerlo en vacaciones.
El ladrador, en cambio, no podía creerlo y, fiel como siempre, continuó inculpándose.
Que algunos animales, en concreto muchos perros, son más fieles y nobles que muchas personas, es un hecho conocido y demostrado, esa autoinculpación final lo corrobora, que el perro viejo abogado le costara creer la inhumanidad humana, también.
Un relato muy bien condimentado de expresiones animales, atribuidas a unos personajes que, sin ser humanos, tienen sus usos y costumbres de los humanos, pero no su peor esencia.
Un abrazo y suerte, Aurora
Guau! Qué maravilla de relato, con todos esos animales tan bien hilados. Con ese desenlace que nos desvela qué se está juzgando, y con el cierre en el que vemos, una vez más, quienes son los animales nobles y quienes los miserables. Me ha encantado.
Un abrazo y suerte.