105. Próxima estación
Siempre que le han preguntado por su recuerdo más feliz, ella no tenía que pensar para responder: Cuando mi padre me aupaba en sus brazos para que tocara la campana que daba salida al tren.
Algunos me miraban como si tuviera que decepcionarme la respuesta. Ignorantes ellos, porque me entusiasmaba la imagen: Ella con sus coletas, tan pecosa, con una mejilla rozando el bigote con tirabuzón de don Pedro.
Su absoluta devoción por todo lo ferroviario se me fue incrustando sin posibilidad de escape, y ahora llevamos más de tres meses sin casi bajarnos de los vagones. Tan solo de vez en cuando para el avituallamiento e ir a asearnos a algún hostal, con extra sin mirones.
El destino da igual, billetes a cualquier sitio y al llegar más de lo mismo. Trayectos y trenes de todo tipo, preferiblemente con cafetería para el vermú.
Hace un rato, cuando reposaba sobre mí y los dos dormíamos, me ha despertado el silencio de su corazón en mi mano.
Me tenía dicho, que en ese momento, debería pensar en la ventura asegurada del viaje y no en las inciertas posibilidades de aquel tratamiento, pero yo, de momento, tan solo me hago el loco.
Jesús, nos llevas por esta historia con la suavidad que da la rutina, hasta este final tan bueno. Suerte y saludos
Gracias, Calamanda, un placer que te haya gustado.
Besos