68. Puntería
El verano del 85 se marchó mar adentro, subido a la resaca de la última ola. Lo vimos alejarse, recostados en la barca, como si nuestros pies fueran punto de mira para no errar el tiro del arpón que debía regresarlo. Pero no éramos lobos de mar, sino grumetes atrapados en la red de nuestros cuerpos. Así que regresamos a la playa sin la presa y nos fuimos al hotel, paseando de la mano, unidos y distantes; como dos ciudades separadas por mil leguas de mundo y un océano de tiempo.
Los veranos, después, llegaron como llega el oleaje de un mar sin disciplina. A veces llegaban varios juntos, y se iban vacíos con sus peces escuálidos. A veces llegaban solos, y subían a la barca para bambolearse en el eco de tu risa desatada por mis torpes intentos de enfocar el objetivo. Aún guardo esa foto de tus pies sobre el mar, apuntando al horizonte. A veces me cruzo con ella, cuando intento organizar mis desordenes domésticos. Y entrecierro los ojos. Y apunto entre tus dedos. Y aprieto el gatillo. Y tiro de la maroma de aire hacia mi pecho hasta que regresa, aquel 85, con el arpón clavado.