(Q. U. 19) LA TIERRA QUE SIEMPRE SOÑÓ CON MAR
Comprueba por tercera vez que las botas están anudadas, se recoloca de nuevo las gafas de sol, respira hondo para expulsar esos nervios que quieren aflorar justo antes de la salida y se encomienda a San Canijo, patrón de los microrrelatistas, para que no le abandonen las fuerzas y logre terminar la prueba.
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Sopla un poco de viento, sin llegar a molestar. Con sus mesnadas, buscando el mar, el Campeador observa esa muralla de montañas que le cierra el paso hacia la costa. “Tierra de cántabros”, dice el castellano señalando hacia donde ha visto brillar el reflejo de algún cristal.
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Diez horas y media más tarde, con las botas pidiendo clemencia, el dorsal número 1824, cansado pero contento, llega a meta. Tras la bebida isotónica para reponer, dirige sus prismáticos hacia la ancha Castilla y, en el llano, cree divisar un grupo de guerreros medievales capitaneados por uno que monta un caballo blanco. “La falta de oxígeno y el cansancio, deben ser”, se dice en el acto Juan el del Sendero, justificando su visión. Sopla un poco de viento, aunque bien es cierto que no llega a molestar.
Puede ser un espejismo o una profecía, y los guerreros eran los de Urueña, el fin de semana siguiente, jeje.
Un beso, Fran.
Que San Canijo nos ilumine a todos.
Me ha encantado tu caminata.
Enhorabuena.
Ja ja ja, me encanta lo de encomendarse a San Canijo (eso y los jamones a Antonia) seguro que obran milagros. Me ha hecho mucha gracia.
Me ha gustado tu mixtura de vocablos antiguos y modernos,llegan sin empujones juntos a la meta.
Quiero decir ¡Qué padre! Me encantó el relato que junta en esos mágicos campos a guerreros de la espada y de la pluma. Pienso yo. Felicidades!