80. Quieto
Lucía tiene una cita diaria. Antes de que el sol comience a disipar las últimas sombras de la noche, llega a su destino, donde la está esperando su fiel socio. Le pone un bigote postizo, una peluca y un sombrero de copa raído por el paso del tiempo. Tras guiñarle un ojo, se sienta a esperar que la calle se llene de vida para pregonar su desafío: por cada moneda apostada, devolverá cinco a quien haga reír a Gustav. Los transeúntes se sacuden el pudor unos instantes y dibujan sus caras con muecas ridículas, rogando que un pequeño temblor afloje los pómulos de aquel tipo y, de paso, el bolsillo de la chiquilla que les retó con tanto descaro. Sin embargo, nadie atisba el más mínimo movimiento de quien los mira desde una tarima cubierta por sábanas negras, que dan aún más solemnidad a su gesto imperturbable y adusto. Una vez terminada la jornada, Lucía recoge las ganancias, le quita el disfraz y deposita un beso en su mejilla. Luego, observada tan solo por la luna, descubre con cuidado el pedestal donde vive Gustav, en el que se puede leer, bajo unos números romanos: A la memoria del inmortal Mahler.
Muy divertido, Pablo. Y muy astuta la muchacha, siempre llevaba las de ganar. Además, se habrá divertido de lo lindo viendo las muecas de un personal que tenía todas las de perder. Es de suponer que los transeúntes no serían nativos de la ciudad, en cuyo caso, quizá habrían echado de menos que allí, donde ahora hay un caballero muy serio, había antes una estatua de un músico. Si que estaba quieto el hombre, más que los guardias británicos por mucha fama que tengan. Me ha recordado un poco un relato mío que no sé si recordarás, sobre un abuelo disecado.
Un abrazo grande, Pablo. Suerte
Muchas gracias, amigo Ángel. Ya ves si era lista la muchacha que sabía que en la ciudad nadie mira las estatuas porque la gente mira sin ver. Quizás si hubiera sido un futbolista la gente no hubiera picado, pero a Mahler nadie lo echaba en falta.
Tengo que leer ese relato tuyo del abuelo disecado porque seguro que me encantará.
Un abrazo y hasta dentro de muy poco.
Pablo
El oficio de estatua callejera se ha hecho tan habitual en las ciudades que tu protagonista ha decidido darle una vuelta de tuerca más, y con mucha picardía. Un relato divertido, muy descriptivo y que mantiene el misterio hasta el final.
Suerte y abrazo.
Mucha gracias, Anna. Has dado en el clavo al nombrar el oficio de estatua callejera pues realmente en un paseo por el centro de mi ciudad, al ver tantas estatuas, se me ocurrió este micro.
Un besote bien fuerte, Anna.
Pablo