80. RACHAS DE VIENTO
Lo trajo el Levante, una tarde de marzo. Volaba sin rumbo a merced del viento que agitaba los árboles, arrancando las hojas y las penas. Ella estaba en el balcón, viendo pasar los días, y le tendió una mano a la que se agarró con fuerza, instalándose en su vida. Entonces el viento soplaba de cara y una ligera brisa se colaba entre los huecos que dejaban sus cuerpos al abrazarse, hasta que una gélida noche de invierno llegó el Cierzo y se lo llevó. Lo vio alejarse desde la ventana, sin despedirse siquiera. Ahora todas las noches, sale desnuda al balcón, ingrávida y ligera, esperando que la Tramontana o el Mistral la lleven de vuelta con él.
Va a ser cosa de salir al balcón y esperar a ver si aparece la mujer o el hombre de tu vida, porque en un relato imaginativo como el tuyo todo es posible. El problema es que igual que, alegremente, los vientos traen regalos inesperados e insustituibles, también se los llevan, merced a una racha igual de caprichosa, pero lo que no puede perderse nunca es la confianza, como hace tu protagonista.
Encuentros, pérdidas y esperanzas en un relato intenso y surrealista.
Un abrazo y suerte, Ernesto
Vivo en el sur del sur, concretamente donde el levante y el poniente tienen que luchar para atravesar el estrecho de Gibraltar. En este lugar nuestras vidas están tan influenciadas por los vientos que tu día a día puede cambiar en cuestión de minutos; no sólo es importante por dónde sople el viento sino también su fuerza. Los días que de calma chicha, nosotros nos sentimos también chichos y estamos muy tranquilos, lentos y con poca fuerza. El aire de sur y de norte también nos visitan de vez en cuando y nuestros cuerpos, menos habituados, esperan enrarecidos a que nuestro particular Eolo despierte y los empuje fuera de su camino.
Me ha encantado tu pequeña historia.