44. RAYAS
En lo alto de las paredes de la celda hay un ventanal diminuto. Me encaramo a él con gran esfuerzo, observo el trocito de cielo hasta que me arden las yemas y me veo obligado a soltarme. Al cabo de unos minutos repito la operación. Una y otra vez, hasta que se me entumecen los dedos, hasta que oscurece del todo.
Hará unos meses, mi hijo pequeño, al que solo conozco por fotografías, me envió una postal con los tigres del zoo. “Seguro que de cachorros eran completamente amarillos”, razonaba. “Y de tanto darles la sombra de los barrotes, les han salido rayas negras”. A mí se me acalambran los músculos de tanto auparme al ventanal. Sin embargo, una y otra vez, me impulso y me asomo al exterior durante breves instantes, y conjuro la temible enfermedad de las rayas negras contemplando el majestuoso baile de las nubes
Conmueve la explicación que da el niño del origen de las rayas del tigre, y más con el correlato del «encierro» de ese padre al que sólo conoce por fotos. Y se me hace que ese encierro que nada tiene que ver con el mundo natural y sí con el de los hombres, tampoco tiene que ver con la justicia, precisamente.
Un micro sencillamente conmovedor, IGNACIO; te felicito.
Un beso,
Mariángeles
Me ha parecido muy tierno. Un beso.