92. Recolección
A estas horas, en las regiones de medio mundo, se está clareando el silencio de las calles. Hay un cineasta afeitándose frente al espejo; es el mismo hombre en todas partes. Paralizado ante un desierto de asfalto, ha sido encontrado por una niña que le toma de la mano, como si el adulto supiera qué hacer; en realidad, es él quien levanta los hombros, asustado. A cada prójimo sacrificado, a cada desconsolada súplica y a cada aliento recobrado, una lágrima brota de los párvulos ojos. Una tras otra, su ofrenda ha obrado un pequeño charco. Vida presente, se aúna con las primeras posiciones en el recorrido de la existencia pasada, golpea, al todavía chico, con el codo y le larga: «No imaginas las andanzas que te aguardan. Ni en mil años serías capaz de adivinarlas». Ondulan las palabras, al pulso del carcajeo, mientras salta al lugar que ahora ocupa. Y, deteniendo su mirar sobre los charcos atesorados, como testimonio a una memoria que pudo haber sido ficción, agita la cabeza a ambos lados, susurrando como para sí: «Ni en mil años, ni en mil años».