48. Recuerdos que no viran a sepia…
7:00 A.M., la radio, como cada día, encendida dando las noticias, como susurrándolas diría yo, y el mercado desperezándose. Era tenue todavía la luz del alba pero ya todo estaba en marcha. Sólo otro ruido, el de las persianas aún por abrir, cortaban estruendosas el silencio como un desagradable pero rutinario despertador.
Uno de ellos el de mi viejo frutero, iniciaba así su liturgia matutina, primero encender su polvorienta radio, después descargar la fruta fresca para colocarla en los mostradores. Aquello era un ritual como digo, cargado de monotonía pero de una belleza sublime, como una acuarela lo recuerdo, con aquellos colores y olores.
Y poco después, el bullicio se abría camino, se hacia cada vez más audible. Comenzaba como leve zumbido a lo lejos, para ir subiendo poco a poco, hasta llegar a ser un mar de sonidos diluidos los unos en los otros.
Agazapado, casi imperceptible, allí seguía ese primario susurro, el de aquel aparatucho que seguía acompañando, incansable. Nadie le echaba cuentas ya, o si, quien sabe, pero allí siempre estaba. Y perdurará entre tantos otros ruidos, los cotidianos, los nuevos y los que vendrán seguro, pero siempre la radio encendida, latiendo, con vida.
Precioso relato para una vida de trabajo de antaño y siempre acompañado de nuestra amiga la radio.
Bonita historia, bien contada.
Mucha suerte.
Gracias a las dos, Ana Belén y María Jesús, por vuestras palabras, un humilde aficionado agradecido. Un saludo.
Tu relato me ha recordado a los días de mi infancia. El zapatero del barrio mantenía siempre su transistor encendido mientras trabajaba. Aquella cantinela era su compañera inseparable y necesaria.
Mucha suerte,
Ton.
Me gusta el relato y el titulo.
Feliz año y salud.
Hermano eres un poeta. Gracias por ese homenaje a nuestro padre. Os quiero. Me has hecho volver al pasado y por un momento lo he visto. Fenomenal
Mmmm qué bonito lo del latido de la radio, Cristobal. Espero que tengas mucha suerte.