87. Residencia en el alma
Dame una palabra con la que empezar a acordarme de ti, hombre moreno desconocido. No me mires con pena y me hables como si estuvieses solo: estoy aquí. Es fácil: necesito una palabra que me ate a tu piel. Acaricias mi cara como se acaricia a un gato, pero no es suficiente. Dame un olor con el que intuya que he dormido en tus brazos; coge mi mano y ponla en tu mejilla, dame un gesto con el que romper la piedra de mi cuerpo.
Él parlotea sin parar con la esperanza de que algo llegue hasta el borde de su sinrazón y despierte el brillo en su mirada. Están sentados en el jardín. Ella en su silla de ruedas, él en el banco de piedra. De repente el hombre calla. Escucha, por primera vez, el piar de los pájaros. Siente un extraño impulso y se arrodilla a los pies de la mujer. Apoya la cabeza en su regazo y acepta el silencio entre los dos. Pronto será hora de volver a entrar. Pero antes, una mano tibia se posa en su cara agreste.
Hola, Ana, ¡cuánta belleza hay condensada en este texto!Me parece bonito y original. Caricias y gestos de amor en cualquier residencia y lugar. Belleza de micro. Te deseo muchísima suerte.