49. Retratos de familia.
Siempre que iba a su casa me quedaba embobada mirando los retratos. Me fascinaba su elegancia natural pero también me intimidaba un poco. En esas compañías yo siempre empequeñezco; no puedo evitarlo. Y cometo más torpezas de lo habitual. Aun así, por alguna extraña razón, a ella le gustaba pasar tiempo conmigo. No me sorprendió tanto encontrarla por la calle caminando algo apurada, como el lugar en el que la vi. Me sentí culpable. Pero ella misma me había hecho entender que, debido a su conocida y larga amistad con los joyeros Nilson, la reparación no supondría ningún problema. Y que por las instantáneas no me preocupase, que tenía cientos. Cuando me acerqué y la sorprendí regateando por las fotos antiguas en aquel puesto del rastro, todo mi mundo se tambaleó. Entendí de pronto que aquel abarrotado piso lleno de recuerdos no era más que una fachada decadente y artificiosa.
No todas las vidas pueden ser brillantes, estar marcadas por la aventura, la elegancia y el triunfo social. Hay quien no sabe aceptarse a sí mismo y sus circunstancias, algunos se minusvaloran, creen necesario edificar una «fachada decadente y artificiosa», crear un artificio de recuerdos falsos, diseñadores de una vida prestada, puro humo y postureo no solo para impresionar, sino sobre todo para ocultar carencias, como la de una verdadera familia, o la que hubiese querido tener.
Un saludo y suerte, Susana