87. Ritos ancestrales
En la casa azul vivían las costureras; así las llamaba nuestra madre. La planta baja aguantaba otros dos pisos y un tejado abuhardillado. A dos manzanas de la nuestra, teníamos que pasar por ella para llegar al colegio de San Millán. Algunas mañanas, sin venir a cuento, rodeábamos por la Avenida, pero tardábamos el doble. A veces había hombres esperando a que les abrieran, o alguna mujer con medias de encaje asomada al umbral, como si quisiera atraer a la clientela. Si preguntábamos sobre quiénes esperaban en la puerta, nos decían que, con seguridad, necesitarían un arreglo. Y si nuestra curiosidad se cernía sobre las chicas de la entrada, jamás obteníamos respuesta. Nos seducía el lustre metálico del azul de Prusia con el que estaba pintada la fachada, el contraste marmóreo de alféizares y dinteles, el misterioso hilo que augurábamos tras las ventanas. Un día, recién cumplidos los catorce, mi padre afirmó que ya era un hombre, y me separó de mis hermanos. Caminamos juntos hasta la casa azul. Él con el traje de las grandes ocasiones, yo con la camisa de los domingos y pantalones cortos, convencido de que había llegado el momento de cambiar de indumentaria.
Qué bien describes la escena, qué inocencia, esos pantalones cortos y su simbolismo. Genial todo el relato. Enhorabuena y muchísima suerte 🙂
Muchas gracias Bea, por la visita y por tus amables palabras. Muchísima suerte también para ti!!!
bsss!!! *)