43. Rociarse
Lo habían rumoreado varias personas por el barrio. Nadie las había vuelto a ver, lo cual estimuló mi confianza. Costaba creer semejante locura, pero mi desesperación era tan honda que concerté una cita con aquella señora. Supo pormenorizar cada detalle con infinita delicadeza. Era un procedimiento costoso y yo seguía sin trabajo, pero aún conservaba algunas joyas de mi abuela. Solo debía señalar una fecha.
No tener ataduras familiares ni compromisos previos ofrecía infinitas posibilidades. Aunque prefería pronto, por si me asaltaba la tentación de desdecirme. Un lunes a medianoche me pareció un momento tan perfecto o extraño como cualquier otro. Noviembre, el mes idóneo para ciertas decisiones. Aquel día, cerré bien la casa y fui en autobús porque no quería dejar el coche abandonado.
Ella hablaba menos cálida que aquella primera vez. Era comprensible. Me preguntó por los documentos firmados y la carta. Se los entregué.
¿Sabe que debemos hacer ahora una grabación para…?
Lo sé. Pulse «REC».
¿Sabe que existe un 0,001% de probabilidad de que ocurra algún…?
Sí, me lo explicó.
¿Exime de toda responsabilidad a…?
Sí, eximo.
¿Asume que, una vez rociada, ya no podrá…?
Sí, lo asumo.
Muy bien, tranquila. Todo irá bien.
Cierre los ojos.
Esas personas que desaparecen y nadie vuelve a ver son solo una de las primeras pistas que hablan de un servicio establecido para dejar este mundo de forma voluntaria, al que no le falta detalle: grabación, documentos, costes, etc. Tu protagonista tiene muy clara su decisión, los motivos no los conocemos, nunca acaba de estar del todo claro qué conduce a una persona a no querer seguir existiendo, a emprender un camino sin vuelta atrás. Llama la atención ese afán por completar pronto el proceso, por si acaso se desdice. Quizá noviembre, que comienza con un día dedicado a los difuntos, sea el mejor mes para ello, como bien parece saber la protagonista.
Un relato que es la crónica de una muerte que se nos anuncia desde el principio, con todo detalle bajo la frialdad de un mero trámite, que hace que algo que parece fuera de lógica, dejar de vivir, aparezca como un episodio corriente.
Un abrazo y suerte, Salva
Querido Ángel, tu análisis no puede ser más preciso ni más certero. Tenía miedo de que no se comprendiera bien el cogollo del asunto, pero tampoco quería ser demasiado evidente y me alegra que se perciba con tanta claridad… al menos tú lo has percibido.
Gracias, amigo!!
Me ha encantado este cuento que parece hablar del suicidio asistido pero que deja la puerta abierta a otras interpretaciones. Desaparecer de la vida rutinaria para quizás aparecer en otra dimensión? planeta? época? la imaginación al poder.
Muchísimas gracias, Paloma! Es tal cual lo has percibido y descrito.
La puerta abierta está ahí… para que tú la cruces como más te guste. Eso sí… gracias mil por leerme y comentar.
Besos!!!
Salvador, tu relato me ha recordado a un gran amigo que me dejó una huella que aún habiendo pasado mucho tiempo, no se borra. Todo bien pensado… Me ha gustado mucho y como bien te comentan, también se puede interpretar el viaje a otra dimensión que no tiene que ser la muerte. Suerte.
Besicos muchos.
Nani, me encanta que te haya gustado mi relato pero más me gusta esa otra dimensión, esa interiorización, ese salto a lo personal en el recuerdo de ese amigo (no sé si perdido, escritor o qué) al que rememora. Me gustaría saber un poco más de qué forma te lo recuerda, salvo que sea algo demasiado personal.
Gracias, de cualquier forma, por leer y comentar.
Gracias!!!
Me huele más a escarcha que a rocío ese pulverizado. Muy cruda la historia que cuentas, Salva, con un personaje desesperado, pero que dentro de ese estado límite aún guarda un lugar para la actitud responsable (quizá llevado por la fuerza de la costumbre), visible en esos detalles de cerrar bien la casa y no dejar el coche en cualquier parte. Todo esto hace de paso que empaticemos mucho con él (ella en este caso), hasta sentir como en carne propia ese “Cierre los ojos” del final.
Excelente y original propuesta. Nunca después de leerla el verbo «rociar» volverá a ser el mismo, ;-).
Un abrazo y mucha suerte con ella.
Jajaja… Una nueva acepción para el reflexivo del verbo ROCIARSE…
Amigo Enrique, este relato, como dices, es inevitablemente crudo. Una mujer queriendo desaparecer y organizándolo todo pata que ocurra. Ella es metódica, la rociadora también debe serlo. Hay implicaciones legales muy serias. El suicidio asistido, al fin y al cabo… ufff… casi ná.
Abrazo fuerte!!
Buscaré el tuyo
Tu relato es delicado, frío y certero como un bisturí. Me ha gustado especialmente ese final tan burocrático y aséptico, creo que ha sido todo un acierto.
¡Un saludo y suerte!
Hola, Alicia! Muchísimas gracias por pasarte a leer y comentar.
Pretendía varias cosas. La primera, de temas obvios, de peluquerías y peluquerías. Lo segundo, una vez elegido el tema, transmitir algo de esa fría desesperación de la protagonista y de la frialdad legal y emocional necesaria de quien hace desaparecer a otros.
Gracias de nuevo y celebró que te haya gustado.
Besos