99. Rojo de rabia (Javier Igarreta Egúzquiza)
Me la encontré en la estación de cercanías. Cuando me pidió la hora, intuí que solicitaba mi ayuda, sobre todo al reparar en la presencia de aquel individuo malencarado que nos observaba atentamente. Le sugerí acudir al policía que patrullaba la estación, pero ella rechazó la idea con un expresivo ademán de sus ojos y, aprovechando la algarabía tras la llegada de un tren, salió a toda prisa indicándome que la siguiera, cosa que hice vigilando subrepticiamente al «sospechoso». Ella me esperó en una bocacalle, y casi me empujó hasta el interior de un café destartalado. Allí simuló derrumbarse, mientras me hablaba acongojada de antiguas correrías, deudas pendientes y supuestas amenazas; pero de pronto se levantó, como movida por un resorte. Fue demasiado tarde, cuando una sospecha hizo que me palpara compulsivamente los bolsillos. Salí tras ella y aún pude verla, arriesgando su vida en medio del tráfico, acompañada del tipo aquel. Enrabietado ante un semáforo que «jugaba siempre al rojo», comprendí que mi gesto de viejo «cruzrojista» me había jugado una mala pasada. Por no hablar del carmín de aquellos labios.
Las buenas personas tienen muchos puntos débiles, el principal es que carecen de una malicia natural que les ponga en guardia, por lo que no es difícil que sean pasto de aprovechados y maleantes. Si el gancho es una supuesta víctima desvalida que sabe jugar con las emociones será casi imposible que no caiga en la trampa. Tu protagonista, al saberse engañado, prometerá no volver a caer, pero nadie puede ir en contra de su naturaleza.
Interesante relato, Javier. Me alegra leerte por aquí.
Un abrazo y suerte
Javier, coincido con el comentario de Angel, suerte y saludos