Ronda 1 – Aquelarre 20
Los participantes con el alias : POSESO– FÉRETRO– TUMBA
deberán escribir un relato :
- Donde aparezca el pecado de la Lujuria.
- Plazo : hasta el domingo 17 a las 23:59 hora peninsular de España
- Extensión: 123 palabras Máximas (título NO incluido)
- Ambientado en el escenario : CONCIERTO DE ROCK
Dejad vuestro relato en este enlace
Podéis votar en este otro
POSESO – APOTEOSIS ROQUERA
Saca entrada para la penúltima fila, será apoteósico, dijo mi amiga.
No los conocía. Me gustaron el griterío y el tupé y las patillas de hacha de los del grupo. El escenario se aupó. La oscuridad dio paso a una diadema oscilante y multicolor. Quemaba el ambiente. Con el zoom, cerré los ojos. Mi pene… Pasadas recias, otras delicadas. Redobles de la batería volvían frenéticos las subidas y descensos por esa torre de piel. Las guitarras camuflaban mis gemidos salvajes. Quería más. Más. Entraron a jugar los labios. Mi pene era un inagotable banano, el solista que intentaba contenerse. Apoteósico. Cuando todo terminó, nos fuimos los tres apretujados. En sus manos tenían como botones de nácar. Yo, una nueva erección entre las mías.
FERETRO – Groupie
No me conoces. Tampoco lo pretendo. Eres el mayor descubrimiento de mi vida. La primera vez que te vi acababa de salir del seminario. Me empujaron hasta aquella explanada, al concierto de rock, los amigos de la infancia. Insistieron en que debía conocer otra vida antes del retiro. No me negué. Jamás había visto una mujer tocando la batería
Te sigo donde quiera que vayas poseído por el pecado. Acaricias las baquetas y yo imagino. Sueltas la melena sobre el plato suspendido, y yo imagino. Y mi cuerpo sigue tu ritmo frenético hasta alcanzar la locura. Después me confieso, sin contrición alguna, sabiendo que la peor penitencia sería no sentirte nunca más.
TUMBA – Giro inesperado
Ser un viejo roquero tiene sus ventajas. Cuando empezaron a sonar los primeros acordes de Lujuria, ya estaba yo junto al váter, con la cintura de la Noe en una mano y un litro de cerveza en la otra. La besé para que, cuando reconociera nuestra canción, no pudiera hacerse la tonta. La empujé dentro. Olía a bilis de conejo, pero entre las dos trompetas que nos habíamos fumado y el hinchazón que tenía en el nabo, aquello era peccata minuta. La arrinconé contra aquellas cuatro paredes y ella respondió agarrándome el mástil, fuerte, más fuerte que nunca:
—Te crees que no he aprendido nada en estos veinte años. Llévame a un buen hotel y te enseñare de lo que soy capaz. ¡Gilipollas!