128. Rosario
ya sale de casa solo para realizar la compra: cada dos días. Sus hijos están en otras provincias, ‘muy ocupados con sus cosas’. No cree en Dios, pero va a misa de domingo: allí alguien le deseará paz, le estrechará la mano, la tocará.
Murió su nonagenaria madre, su única compañía. Rosario vuelve a limpiar lo que ya está brillante mientras se mueve por la casa atravesando un silencio que va calándole hasta el tuétano.
A mediodía, sonará la cerradura de la puerta y la voz desganada de un hombre la saludará toscamente y le preguntará por la comida para después, directamente, encaminarse hacia la ducha. El sudor y la tierra de la vega lo encorvaron.
Hoy, de nuevo, en el almuerzo, mientras él mira callado las noticias, le recordará -medio en broma o medio en serio, pero con la boca llena- que se tendría que haber casado con ‘la Carmen, que con los mismos años que tú, está más nueva‘. Mientras, sin dejar de mirar la tele, se echará más vino en el chato.
Rosario callará. Y, como cada día a esta hora, se mirará sus manos agrietadas.
Desde el último domingo nadie le ha deseado nada.
Qué triste lo que nos cuentas. Y, por desgracia, bastante habitual. No se si la última frase puede suponer una posibilidad, esperemos que no demasiado tardía, de cambio en esa monótona vida o su ruina, si se ha tomado la justicia por su mano. Enhorabuena y suerte.
Gracias Jesús, por leerlo y por tu amabilidad. Me alegro de encontrar este rincón y aprender.
Siempre hay esperanza hasta el último momento. Un saludo.
Elias, bien narrado el pasar de los años en esa pareja. Suerte y saludos
Muchas gracias Calamanda. Aunque todo texto es mejorable, con haber tenido vuestras dos lecturas y vuestros amables comentarios ya me siento satisfecho. Un saludo.