31. Saber leer
Recuerdo bien la emoción que sentí cuando aprendí a leer. Juntar las letras, las sílabas, formar palabras y confeccionar frases perfectas que me imbuían en las historias más fantásticas donde hadas madrinas, blandiendo su varita, convertían el final en un «y fueron felices», o en las que caballeros salvaban a la mujer que acababan de conocer en un hermoso bosque. Algo más tarde, ballenas y marineros, pequeños príncipes en mundos dispares, regresos de padres después de una gran odisea… para pasar a leer, a día de hoy, cartas de personas desconocidas que me recuerdan que no he pagado la luz , el día que tengo consulta con el médico, la fecha de la operación. Qué triste debió ser mi vida antes de mi 68 cumpleaños, cuando no podía saber ni lo que ponía en mi buzón.
Leer abre un mundo infinito de posibilidades, o varios universos, pero el placer que produce va parejo a la trayectoria vital, como todo lo demás, con sus fases, problemas económicos y decadencia física incluida.
Un relato sobre el paso de la ilusión por descubrir y el puro disfrute a la pérdida de incentivos, en suma, al final de la existencia.
Un abrazo y suerte, Begoña
Ay, Begoña, cómo me has recordado a mí misma de niña: iba por la calle leyendo los rótulos de los comercios. Creo que ya entonces me convertí en lectora. En verdad es una experiencia fantástica.
Ahora lo que más leo y escribo son correos electrónicos, prácticamente desde que éste llegó a nuestras vidas.
Tu protagonista ahora lee las cartas que le llegan al buzón, pero al menos ha disfrutado del placer de aprender a leer y devorar libros uno tras otro.
Me ha parecido un micro muy emotivo.
Un abrazo y suerte.
Toda moneda tiene dos caras. En este caso, la parte prosaica y aburrida se ve compensada de sobras por esos mundos que nos absorben desde las páginas de un buen libro y que nos provocan las emociones que tan bien describes. Un abrazo enorme, Bego.