21. Sanctasanctórum (fuera de concurso)
Los galgos ahorcados hieden a azufre. Un roble furtivo crece en medio del ábside como un cristo renacido. Algunas urracas elevan sus plegarias sobre los sillares semiderruidos, otras picotean la carne reseca de los perros. En el suelo del claustro se mezclan escombros clandestinos con el mampuesto caído de los arcos, con las tejas que cubrieron la techumbre, con la madera carcomida de las puertas que sellaron las celdas de los frailes. El musgo pone cara a la humedad que desarma piedra a piedra el esqueleto de la fe y derriba las columnas que soportaron su esplendor. Al anochecer el silencio se extiende como un voto. Las ratas caminan de puntillas para evitar que se rompa la promesa y un castigo divino condene los restos del viejo monasterio. A veces, más allá de las completas, unos faros descubren fugazmente las sombras que allí habitan y el ruido del motor ahuyenta a las lechuzas que andan a la caza. Si se apagan las luces, dos amantes anónimos saciarán su deseo a toda prisa en tan discreto como lúgubre escenario. Si no, se abrirán las puertas del infierno y William Randolph Hearst abrazará, por un momento, los cráneos descarnados de los canes.
Un lugar concebido como espacio previo al paraíso puede degenerar en antesala del infierno si cae en el abandono. Un monasterio cada vez más ruinoso, con la vegetación que se adueña de unas piedras que fracasaron en su labor de perdurar, refugio y lugar de caza de animales nocturnos, lugar esporádico de encuentros pasionales, termina finalmente como el más tétrico de los espacios, la puerta del averno de que emergen personajes que se ganaron a pulso estar ahí, como el magnate Hearts.
Un relato sobrecogedor, que recuerda, por el ambiente lúgubre, a las historias de Poe. Un rincón en el que pocos se atreverían a adentrarse por la noche.
Un abrazo, Juancho
Un lugar que existe y, aunque me he concedido la licencia de haberlo exagerado, tuvo una época sombría en la que allí se asesinaban perros, tenían lugar citas clandestinas, se llevaban a cabo extrañas transacciones. Un lugar que hedía, y en el que era fácil encontrar ratas y otros carroñeros. Un lugar que, a pesar de todo, estaba vivo, en el que podías sentarte en el altar o tirar piedras a un bote desde el claustro. Hoy sus ruinas las protege una alambrada. Ya no es un lugar apartado sino el símbolo de un parque a las afueras de Madrid. A veces paso por allí y la veo desde lejos, pero ya solo me cautiva el hechizo rancio del recuerdo. Muchas gracias Ángel por leer, por comentar, por estar, por ser tan ángel como eres. Un fuerte abrazo!!
Llevo dos o tres años en busca del ladrón que me ha robado las palabras y la inspiración. Acabo de encontrarlo. 😉
Cada vez, escribes mejor. Palabra de jueza.
Aunque haga tiempo que no comento yo también leo Edita y te aseguro que la inspiración y las palabras rebosan por los poros de tu piel. Creo que es verdad que cada vez escribo mejor, pero es que vengo desde muy abajo. Todos mejoramos, como decía mi padre: «la práctica hace al maestro». Que buenos tiempos aquellos en los que compartimos el estrado. Un beso enorme!!!
Describes un lugar digno de ser un escenario de película de terror, donde puedan sacrificarse niños en honor a Satán, y donde hasta la Naturaleza se convierte en salvaje. Con cada adjetivo nos haces temer las sombras que acechan en ese lugar. Un abrazo compañero de equipo. ¡Feliz Navidad!
Muchas gracias Gloria, por la visita y por la lectura. Sí, quizá haya quedado algo gótico, lo cierto es que es un escenario real, que todavía existe, aunque ya no es el sitio apartado que fue y en el que se daban cita pasiones de todo tipo. Que bien lo hemos pasado en el LEMCA, sois un equipazo!! Enhorabuena y muchas gracias otra vez… Bssssss!!!!!!!!!