47. Sentir unos colores (Alberto BF)
Ya hace más de un año que la corriente arrastró calle abajo al amor de su vida. Sí, allí fue, en el barrio de La Torre, en el mismo lugar en el que vieron crecer juntos a Francisco Javier.
Con qué cara de felicidad iba cada tarde a entrenar a Paterna, con sus ojos de pillo y la mochila repleta de ilusiones. Y los dos se miraban contentos, satisfechos de comprobar que el nano se estaba convirtiendo en un hombrecito rebosante de talento.
Disfrutaron de cada logro en su carrera: del debut en su tierra, de la triste final que le aupó a la élite, de su etapa en Italia, de su regreso, y de todas sus idas y venidas hasta que colgó las botas. Con ese crepitar de orgullo de familia unida.
Pero años después, en esa tarde maldita de largas sobremesas, nubes negras y coches flotantes, vio desde la azotea cómo la cruel riada le robaba al pilar que sustentaba su vida. Francisco Javier y ella, desde entonces, lo lamentan cada segundo.
Aunque hay algo que sigue uniendo sus almas: bajo esa capa de dolor y rabia, cubierta de lodo, sus corazones nunca dejaron de ser blanquinegros.


Triste historia de ficción a partir de una durísima realidad, que no fue menos trágica y dura ocurrida hace casi un año, más terrible aún cuando queda el resquemor de que podría haberse evitado, o suavizado algo sus consecuencias.
Un relato lleno de contenido humano y con compromiso social, marca de la casa.
Un abrazo y suerte, Alberto.
Ohhhh, Alberto, qué triste. Y lo que más pena da es pensar que el trasfondo no es ficción.
Un abrazo.