SEP132. LA ESTACIÓN, de Antonio Diego Araujo Gutiérrez
La visita cada tarde, como buen feligrés de la nostalgia, recorriendo un camino flanqueado por sombras y recuerdos. Ella, la vieja estación, le espera detrás del último repecho. Hace tanto que fue abandonada por el tiempo que la soledad se ha derruido en sus escombros. Cuando atraviesa el pórtico principal de la fachada, lo que queda de ella, siente un beso de sal y ceniza, y recuerda lo bonita que estaba el día que la dijo adiós desde un tren muy triste que partía en un viaje tan largo como una vida. Otro día, harto del destino e inservible para el mundo, decidió regresar. Pero los trenes ya no regresaban.
A veces espera a que anochezca y observa cómo la oscuridad desciende lentamente sobre sus andenes para hacerla el amor. Luego, ya cerrada la noche, contempla el despertar de una hilera de farolas mortecinas que estiran su luz al infinito, como si quisieran alumbrar el horizonte por donde vendrá el tren que ha de llevarles al olvido.
A veces recurrir a la nostalgia es una manera de sobrevivir a la soledad. Un abrazo. Gloria