SEP151. POSEÍDA, de Agustín Manzano Robles
Aquello no estaba preparado. Simplemente se miró y sintió que aquella mujer era un parásito que se había adueñado de su cuerpo y manejaba su voluntad.
De modo que esa mañana cogió a aquella furcia por el cuello y la golpeó contra los azulejos del baño, hasta que una mancha oscura y sanguinolenta quedó alojada junto al espejo con una perfecta simetría.
Tomó el coche y se dirigió al pueblo de su infancia. Aquel lugar apartado y recóndito.
Cuando llegó lo reconoció como el pueblo de su infancia. Y se reconoció a sí misma. La otra había muerto, había quedado en el cuarto de baño que había sido su cárcel por dos décadas. Se instaló en la casa de sus abuelos. La decoró con mimo y paciencia y vivió aquella nueva felicidad cotidiana.
Pero una mañana al mirarse en el espejo, la vio de nuevo, de improviso. Estaba allí. Había cambiado el traje de alta costura por un sencillo vestido de flores y un delantal. El peinado de diseño, por un pelo suelto recogido por dos horquillas. El collar de ágata, por una cruz de madera. Pero era ella. Había vuelto una vez más, para usurpar su vida.
A veces el peor enemigo es uno mismo, sobre todo si no Se acepta como en realidad es. Un abrazo. Gloria
A veces el peor enemigo es uno mismo, sobre todo si no Se acepta como en realidad es. Un abrazo. Gloria
gracias, por tu comentario, un saludo
Nuestro yo interno, al que es difícil suplantar.
Suerte y recibe mi saludo.