SEP61. EL REFLEJO, de Joaquín Valls Arnau
El piso de su abuela olía muy bien: ése era sólo uno de los motivos por los que deseaban ir a visitarla cada sábado. Además, si el cielo estaba despejado, se entretenían jugando a atrapar la luz. Ésta, con la forma de un disco, se iba desplazando caprichosamente por las paredes del salón, de tanto en tanto se quedaba detenida unos instantes y entonces ambos se abalanzaban sobre ella e intentaban taparla con unos sombreros viejos. Mientras tanto, la mujer, entretenida en sus labores, permanecía ajena a sus idas y venidas, sentada a una mesa camilla sobre la cual había siempre una fuente con varias manzanas maduras, cuya fragancia alcanzaba a todos los rincones de la pequeña vivienda.
Un día, mientras seguían el recorrido del disco luminoso, observaron que éste se quedaba inmóvil en el techo. A continuación escucharon un ruido. Dirigieron instintivamente la mirada hacia la mesa y vieron cómo las manzanas rodaban por el suelo, a la vez que advirtieron que su abuela tenía la cabeza caída sobre su antebrazo derecho, sin llegar a cubrir el reloj de pulsera en cuya esfera se reflejaban por las mañanas los primeros rayos de sol que penetraban en el edificio.
Un tierno relato, que a mi que me encantan las historias de niños y abuelos, me llega. Y más, cuando , ( seguro no soy la única) tengo recuerdos de esos reflejos danzarines de la niñez, en mi caso era el reflejo del agua de la antigua pila de la cocina de mis padres, mis hermanos y yo la llamabamos la brujilla. Esta brujilla ha pasado de imaginación en imaginación por generaciones, desde la mia hasta la de mi hijo y sobrinos, y despues a los hijos de amigas mias que hoy tienen ocho años. La brujilla sigue deleitando la cabecita soñadora de los niños de mi entorno, hoy en una antigua pila, pero si en el reflejo de una piscina o del mar, o de una ducha «supersónica» de ahora. Gracias Joaquin por retrocederme a mi infancia.
Gracias a ti, Begoña. No sabía que se le llamase tambien «la brujilla», es un hermoso nombre para un juego infantil que debe de ser muy antiguo.
Un abrazo.
Belleza en la sencillez. Conmovedor relato con un final que revela su misterio. Imagino a la abuela consciente de los juegos infantiles moviendo su reloj para ellos.
Felicidades
Gracias Paloma. En mi imaginación no entraba esa posibilidad de que la abuela moviera adrede su reloj para jugar así desde su posición con los niños, sino que los movimientos de «la brujilla», como la llama Begoña, eran fruto del movimiento aleatorio de sus muñecas mientras hacía sus labores sentada en la mesa. Me gusta mucho esa idea, y me resulta a la vez muy sugerente.
Un abrazo.
Está visto que este mes la fruta madura nos conduce a muchos inexorablemente a la muerte. Tendríamos que analizarlo. Esas manzanas que se caen me han encantado.
Un abrazo
Paloma Hidalgo
Quizás porque en nuestro subconsciente colectivo asociamos la fruta madura a la última fase de la existencia: está en ese punto crítico y efímero en que todavía se puede comer, pero al poco ya no puedes aprovechar nada de ella.
Gracias por comentar. Un abrazo.
Qué belleza de imágenes, de caminos y recovecos luminosos. Y qué rápida viene la muerte, sin avisar. LUZ-MUERTE un tándem menos trágico y penoso que lo habitual. Me ha gustado seguir los pasos que trataban de atrapar esos rayos de sol con sombreros viejos…
Un abrazo, Joaquín.
Amparo Martínez Alonso
Ya nos lo decía en sus Coplas Jorge Manrique: «… cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando».
Gracias por comentar, Amparo.
Un abrazo.
Joaquín, muy bello el relato. Suerte.
Gracias, un abrazo.
Un relato tierno para una muerte dulce y natural, seguramente la primera que presencian los niñ@s.
Me ha gustado mucho.
Un saludo.
Una muerte «dulce y natural». ¿Te has fijado en que ya nunca oímos eso de que «se murió de viejo». Es algo que da para pensar. Muchas gracias por tu comentario.
Un abrazo.
Me alegro, Ana, de que te haya gustado «todo, todo». De ahí a que resulte premiado… dista un abismo: hay muchos y muy buenos relatos, en esta convocatoria.
Un abrazo.
¡Qué bonita tu imagen de muerte madura!, además me ha recordado a las persecuciones que hacíamos los hermanos de pequeños a «el bicho», como llamábamos al reflejo del reloj de mi padre, que se mondaba de risa viéndonos perseguirlo.
¡Suerte!
Belén
«El bicho». Tampoco había oído nunca esa expresión, Begoña se refería a «La brujilla». Me pregunto de cuántas maneras diferentes lo habrán llamado los niños… cuando los niños jugana todavía a esas cosas.
Gracias Belén, un abrazo.
Una muerte tan dulce como la fruta madura ¿en que lista hay que apuntarse?. Un relato de luces y sombras donde éstas también brillan. Genial, como nos tienes acostumbrados.
Un abrazo,
Por lo que sé, en algunas clínicas suizas hay lista de espera. Tan sólo piden… dinero. El dinero distingue a ricos y pobres no sólo en la vida, también en la muerte misma y tras ella (no hay más que fijarse en los ostentosos panteones que cohabitan con las sencillas lápidas de la gente corriente.
Gracias y un abrazo, Esperanza.
Hola Joaquín, precioso, la sencillez cada vez me gusta más. También me llega eso de que al niño le gustase ir a casa de la abuela, creo que de alguna manera estos nuestros recuerdos de niños se van perdiendo en las siguientes generaciones. El simil de la muerte y las manzanas rodando me recuerda a las películas antiguas, donde había situaciones personales que se mostraban a través de objetos. Es tierno, sencillo y deja puertas abiertas: la abuela movía adrede el reloj? o era casual?. Mi abuela tambiñen nos lo hacía, se hacía la despistada, nosotros lo sabíamos, ella sabía que lo sabíamos…
Hay una cosa que me llama poderosamente la atencióm, para bien uy lo que me demuestra, una vez más, lo bien que escribes: pese a que hay frases largas, si se leen en voz alta, resulta todo muy natural, no se hace mada largo. Las comas y puntos están perfectos, una lección de escritura para todos nosotros.
Te dejo otro nombre, para mi abuela era «eguzki txiki» literalmente el «pequeño sol».
Un nuevo nombre (que en realidad son dos), para designar la misma cosa: “pequeño sol” y «eguzki txiki». En vasco quizás me gusta más, por su sonoridad: intento repetirlo en voz alta, como tú has hecho con el relato. Es cierto que con cierta frecuencia construyo frases no breves para relatar historias que sí lo son, y éste sería un buen ejemplo. También me gusta, en otras ocasiones, probar con frases muy cortas. Se trata de ir experimentando y así, de paso, seguimos aprendiendo; nuestra suerte es que este proceso no tiene fin. Sí concedo importancia al ritmo de la prosa, que pudiera parecer que atañe sólo a la forma pero que incide y mucho en el contenido del texto: el qué y el cómo, indisociables uno del otro.
Agradezco, María, no solamente las palabras que dedicas a este cuentecillo. También, y sobre todo, que te hayas metido en él tan a fondo, con el esfuerzo que ello comporta. Y que hayas relatado también estas hermosas, delicadas vivencias personales.
Un abrazo.
Hermoso relato, Joaquin, me encantan esos niños persiguiendo la luz, el rodar premonitorio de manzanas, los rayos que se van deteniendo en los lugares clave…
Por ponerle un pero: hubiese preferido que me describieras a que huele esa casa (sigo pensandolo y no acabo de encontrarle el olor exacto) antes que reducirlo a un «les gustaba pq olia bien».
De todas formas, gran relato, gracias por regalarnos estas pequeñas joyas cada mes.
+ a ver si volvemos a coincidir alguna semana en lo de la SER, ayer arranco la temporada…
Un abrazo
NACHO RUBIO
Gracias Nacho, en especial por ese «pero», pues para mí es bastante más que una frase hecha, eso de que se aprende mucho más de la crítica que de los halagos. Omití la descripción del olor porque, al construir el relato, pensé que, cuando hiciesen su aparición las manzanas maduras del frutero, ya se desvelaría a qué olía la pequeña vivienda.
Yo también deseo que volvamos a coincidir en ReC. ¡Menuda frasecita que se ha sacado Gabriel de la chistera, para empezar!
Un abrazo.
Joaquín, con tu relato nos has traído el recuerdo de esas tardes pasadas persiguiendo reflejos por las paredes y techos. Precioso y bien narrado.
También me ha traído a la memoria las franjas de luz de las persianas a medio bajar en las tardes de verano y que en algunas se entreveía a las personas de la calle o los vehículos al pasar.
Un abrazo.
Es curioso, Epífisis, que haya tanta gente que recuerde, en su niñez, haber jugado a perseguir la luz: algo debe de tener de hipnótico ese juego, como también esas franjas de claroscuro a que te refieres, provocadas por las persianas.
Gracias por comentar.
Un abrazo.
Escena sencilla, cotidiana, que te toca el alma como una mariposa. Yo, que quise tanto a mi abuela, que aún la quiero, más que a mi madre casi, pues que se me ha saltado hasta una lágrima. Impecablemente escrito, como siempre. Un abrazo.
«Que te toca el alma como una mariposa»: para frases hermosas, las que salen de tu mano, Mar. Cuántos y cuántos relatos podríamos escribir sobre nuestras abuelas. Hasta ahora no había reparado en que el personaje del abuelo suele aparecer con menor frecuencia. Por algo será, digo yo.
Gracias. Y un gran abrazo.
Joaquín, calidez, emotividad, sencillez…Qué buenos ingredientes. Suerte.
Gracias Calamanda. Es lo que siempre intento: escribir sencillo, sin apenas adjetivos ni adverbios. Lo de la emotividad, ya depende.
Muy sencillo y muy conmovedor. Pensé que la abuela lo sabía pero da igual, es un elemento a añadir que me gusta. Yo no he conocido ese juego salvo con mi perro, al que volvíamos loco con los reflejos en el suelo que él intentaba capturar y nosotros nos partíamos la caja riendo.
Suerte.
Pobre perro, que a buen seguro desconocía que se trataba de un juego…
Gracia por comentar.
Un abrazo.
Él sabía que era un juego. No había perro más listo que él. De hecho si no le mirábamos todos y nos reíamos, pasaba de todo.
Muy bueno, Joaquín. El juego inocente de los niños y la muerte se encuentran de un modo natural, como dos páginas de la misma hoja.
Un abrazo.
Gracias Nicoleta. Así ocurre a menudo, ¿no es verdad?: la vitalidad y la muerte se toman en muchas ocasiones de la mano.
Muy buen texto, me maravilla la forma como a través de esas imágenes, las manzanas rodando, ese disco luminoso que se queda quieto… en fin, muchos detalles para contarnos con naturalidad la muerte de la abuela.
¡Mucha suerte!
Besitos
Joaquin, efectivamente, tiene mucho que ver con mi EL JUEGO DE LA LUZ. Es como otra versión. Y es que como bien dices, es imposible ser original, todo está dicho. No hacemos más que repetir eternidades que, probablemente, muchos más lo han dicho antes que nosotros.
Me gusta muchísimo el tuyo. Esa abuela que inconscientemente es el motor, la luz del juego de los niños, es otra maravilla de las tuyas. También me encantó conocerte ayer (físicamente digo, por nombre, como te revelé, hace años que nos conocimos en VENTANIANOS).
Un abrazo grande,
Un a