79. Servidumbres
Paseado de casa en casa junto a la hornacina de Nuestra Señora de la Temeridad, el cuerpo embalsamado del último prócer local era venerado y rezado con la misma devoción. Todos habíamos necesitado alguna vez de su ayuda, de su consejo, y las buenas gentes, agradecidas, nunca olvidan a sus benefactores. Al menos hasta que otros ocupan su lugar.
Abandonado desde hace años en un estercolero, a las afueras del pueblo, sobre los restos del ataúd de aquel que años atrás decidiera nuestros destinos, crece ahora un musgo de color verde amarillento, como la bilis, que nos recuerda que, con el tiempo, el respeto deja paso al olvido y al rencor.