72. Si ella pudiera contarlo (Juana María Igarreta)
Desde la grieta del viejo edificio donde pasa el verano nos observa detenidamente. Si ella pudiera contar lo que ve a través de sus inquietas pupilas verticales, diría que la plaza tiene ocho bancos que han ido perdiendo pintura y ganando abandono. Que en un pasado todavía reciente el lugar fue muy concurrido, donde no faltaba el eco bullicioso de los niños tras salir del colegio, como tampoco un buen racimo de ancianos disfrutando del sol en las horas más apacibles del día. También, que la recoleta plaza se tornó oscura cuando encontraron sin vida el cuerpo de Martín. A él le gustaba terminar la jornada ocupando siempre el mismo banco. Con los ojos cerrados y las manos entrelazadas trataba de ordenar su nutrido bagaje de recuerdos. Y que, además, nadie lo echó en falta en su casa esa aciaga noche porque nadie lo esperaba.
Si ella pudiera contarnos que el arma homicida, una pequeña navaja con la que perforaron varias veces el abdomen del octogenario, permanece oculta en lo más profundo de la oquedad que le da cobijo, quizás no dudaría en salir a pregonarlo a los cuatro vientos. Pero, ¿alguien daría crédito al testimonio de una salamanquesa?
Recuerdo un programa de televisión en mi infancia: «Si las piedras hablaran», con la voz de Antonio Gala. Más que lo que contaba, recuerdo la posibilidad, en la que yo pensaba, de que objetos en los que nadie repara fuesen testigos de cosas que se escapan al común de los mortales. Las piedras no pueden hablar, pero han visto muchas cosas, tu salamanquesa también. Cuántos sucesos oscuros habrán quedado impunes por falta de testigos.
Una propuesta original, con un suceso inusual en un lugar tranquilo, contado desde otra perspectiva.
Un abrazo y suerte, Juana
Historia incompleta que nuestra imaginación debe rellenar. Original, el que una salamanquesa sea la testigo principal.
Hola, Juana. Gracias a vos, aprendí una palabra nueva. A la salamanquesa aquí en Argentina se la conoce como geko. Al principio pensé que se trataba de una lagartija o de una víbora, por lo de la pupila vertical y por el hecho de que estuviera escondida en una oquedad. Desde esa oquedad ella ve y ha visto todo, todo lo que describe, incluyendo al homicida y a la navaja que él ocultó ahí, en donde ella se esconde… Es una pena que habiendo visto el homicidio no pueda ni sea capaz de contar nada a nadie y que el homicidio del octogenario quede impune, pero pensándolo bien, a nosotros, los lectores, sí nos lo cuenta, así que sabemos la verdad y a nuestros ojos eso no pasa desapercibido ni mucho menos queda impune…
Muy buen micro, contado por quien menos esperaríamos, me encantó…
Un beso grande,
Mariángeles