84. SI PUDIERA ESCRIBIR
No puedo poner voz a mis pensamientos; puedo emocionarme pero nada sale de mi garganta silenciada por el Alzheimer. A veces, ni siquiera puedo saber quién es esa que me abraza y sonríe. Mis piernas están varadas, ancladas al suelo, incapaces de estirarse del todo y dar un paso; mi cuerpo no se sujeta apenas. Y mi mente divaga y sueña con lo vivido, mientras dormito durante más horas que la noche.
Ella (no recuerdo su nombre pero siento que me quiere) sabe que me gustan el aire de la calle, los coloridos jardines y la esbeltez de los árboles del parque. Me lleva allí y yo sólo miro. Me encanta oír los gritos de los niños, sus llantos a veces, sus carreras a ninguna parte. Ellos, como yo, aún no tienen recuerdos o son muy escasos. Por eso nadie les frena en su loca carrera por la vida.
Como en una película, aparece ante mí una niña de ojos melancólicos que me besa y me llama mamá. Otras veces, he visto la misma niña llamándome abuela».
No sé quiénes son. No sé quién soy. Pero me hacen sentir feliz.
Una enfermedad terrible desde el punto de vista de quien la padece, con episodios de consciencia y relación entre recuerdos y realidad, en nedio de largas lagunas. No es fácil armar un relato en el que se transmiten las impresiones de un protagonista con graves problemas, precisamente, para transmitir, con su percepción intermitente del cariño que recibe en primer plano.
Un abrazo y suerte, Encarna
Gracias Ángel. Siempre tan amable.
Lo que quería trasmitir, no estoy segura de haberlo conseguido, es esa nostalgia por la infancia, propia o de los hijos o allegados, que suele aflorar en la gente mayor, incluso habiendo perdido la memoria. Como si los primeros recuerdos fueran los últimos en olvidarse.
Así lo he entendido yo, Encarna. También tratas un tema doloroso, pero con mucha ternura
Un abrazo y suerte.