52. Sin billete de vuelta
Pasaron una noche furtiva en el hotel y cruzaron varias veces el umbral de la pasión. Cuando la tregua se formalizó a la mañana siguiente, sumergidos los dos en la bañera, Maxim, aficionado a las velas perfumadas y los encuentros románticos, le propuso una vida en común. Ella le regaló una sonrisa, y la mañana siguiente, somnolientos y muy juntos los dos, emprendían un inolvidable viaje en tren para establecerse en la lejana casa de Maxim. Ella cerró los ojos, mientras un extraño fuego consumía su sueño.
Poco o nada imaginaba ella que las velas que Maxim encendía años atrás, a altas horas de la madrugada, invocaban a dolorosos recuerdos de la mujer que amó hace años, cuyo nombre aun escucha en sueños y que todavía late en las muros de la casa que iban a compartir.
Ignoraba que el recuerdo de su ex amante atraparía a Maxim para siempre, y que ella, la mujer enamorada, arrastraría, día tras día, unos celos enfermizos para los que no compró billete de vuelta.