25. Sincronía
Jade llegó a la ceremonia vestida de clorofila. Cuando entró en el crucero, la iglesia se llenó de aurora boreal y los destellos esmeralda deslumbraron a los feligreses. Se sentó al lado de su madre, en la última fila. En su cuerpo fosforescente se distinguían con claridad las terminaciones de sus nervios, la retícula de sus emociones dispares, la prominente cabeza del bebé que guardaba bastante parecido con la del novio. Ajeno a estos signos, frente al altar, el prometido sonreía a una novia resplandeciente ataviada de blanco. El párroco, que ya había oficiado la misa, antes de que la joven pareja se diera el sí, se dirigió a los congregados para preguntar si alguien se oponía por razones cualesquiera a aquella boda. Nadie se pronunció, pero acto seguido la muchacha en estado de buena esperanza se puso de parto.
Las coincidencias no existen. Esa muchacha estaba en esa iglesia y en ese momento por un motivo. Después sucedió que la ceremonia se incrementó con un pequeño asistente más, hijo del novio, al que le será muy difícil explicar a quien está a punto de darle el «sí» que aquella joven madre y su pequeño descendiente no tienen nada que ver con él. Todo lo que ella resplandece, con ese verde lleno de vida, en él se puede convertir en el gris más mustio. Si la esperanza es verde, el llamado «estado de buena esperanza» ha de serlo también.
Un relato lleno de hermosas descripciones, con un final abierto, en el que la impunidad del quien hace y huye queda en un equilibrio muy precario, en un acto de justicia.
Un abrazo y suerte, Mei
Gracias, Ángel. Primero de todo por comentar. También por lo afilado de tus observaciones y tus buenas palabras. Un abrazo.