110. Sirena
Se asomaba al balcón cada día, a mediodía florido de sol y viento de azahar, molido por las mismas olas que lo vieron marchar la noche anterior. Y a cada mediodía soleado de flores, ella lo sacaba de su mar, cristalino azul en el ojo izquierdo y, exactamente al otro lado, su eterno reflejo, el de ella y el mar en el vidrio cansado del marinero, apoyado en la barra del bar.
Y luego él la acompañaba a su casa, como eterna parte de un cortejo incompleto. «Tú siempre serás mi mejor captura», solía decirle a la lápida con la cola de sirena tallada en el mármol de hielo.