51. Soledad
Se levanta de una cama arrugada. Sus pies desnudos no reconocen el suelo que pisan. Observa la espalda desnuda que la acompaña. Imágenes inconexas pueblan su cabeza. Se yergue y observa el anillo que un día le colocó su marido. Lo abandona con la mirada para dirigirse al baño.
“¡No he hecho el amor!”
Enciende la luz del baño. Una luz juzgadora, cegadora. Es un instante. Se mira en el espejo y no sabe que decirse. Todo es nuevo. Mira al techo del lavabo decepcionada, asustada.
“¡Ni siquiera he follado!”
Recuerda conversaciones con amigas. Mensajes y fragmentos de películas y novelas románticas. Artículos, canciones,… Nada de lo que ha podido ocurrir esta noche se asemeja a lo que ella había imaginado que ocurriría. Y este despertar menos. Esta sensación extraña de no saber, de no sentir, de no pensar, nadie se la había explicado.
“¡Me he dejado follar!”
Decide ducharse aprovechando su desnudez. Es lo que hace cada mañana en la soledad de su casa. En su hogar que no es este lugar de paso. Y al que acudirá cuando se vista para llevar a su hija al colegio y regresar a sus rutinas laborales, una vez más sin él.
Tu protagonista parece no haber superado un duelo bastante profundo. Lo intenta, de la forma más expeditiva posible, pero descubre que tanto las revistas, como sus amigas consejeras estaban erradas. La frustración aparece reflejada en el espejo de ese lavabo. Su cuerpo y su mente parecen ir en direcciones contrarias.
La mueca de Cate ha dado lugar a múltiples interpretaciones.
Suerte y abrazo,
Hola, Anna!!!
Gracias por detenerte y opinar. Gracias por las palabras escritas. La intención era describir esa dupla que se produce cuando descubres que la realidad tiene poco que ver con aquella realidad que lees, te cuentan o escuchas. Que en la mayoría de las ocasiones, mente y cuerpo son dos.
Un abrazo,
Marcel