94. Solución final
La risa me mata. Lo peor son las carcajadas incontroladas, esas me arañan el cerebro, desgarran pensamientos, aniquilan emociones, arrasan nervios y neuronas hasta que pierdo el control de los esfínteres.
Trabajo en una biblioteca y al terminar doy largos paseos por el tanatorio. Me acerco, murmuro el pésame. Pocos familiares preguntan. Ninguno ríe. Yo abrazo sus penas, las respiro, me alimento con sus quejidos y sus lágrimas.
Vivo con mi madre viuda, ni amigos ni novia. Cuando nos visita mi hermana pongo una excusa y desaparezco. Su risita histérica me resulta especialmente dañina. Así he conseguido sobrevivir hasta que le ha dado por ser madre soltera y pasar unos días en casa. Para que mamá la ayude con el bebé.
Mi madre ha dejado de ser sombra y silencio para transformarse en hiena desbocada. Ríe si el bebé hace pedorretas, si escupe la papilla, si agita el sonajero, si se queda embobado con el dichoso ajooo, ajoooo.
Hoy las he sorprendido con entradas para una película de ese actor rubio que las vuelve locas, se merecen un descanso.
Enfrentarme al bebé me asusta, pero me tranquilizo después de observarle durante casi una hora y comprobar lo frágil que es.